Leer, un honor reservado para pocos.
Hoy en día el acceso que tiene la mayoría de los individuos que componemos esta sociedad, es completamente superior al gozado hace aproximadamente doscientos años; época en la que éste se consideraba un privilegio de las elites, representadas no sólo por los burgueses, sino también por los religiosos y estudiosos. Sin embargo, ¿qué tanto aprovechamos este beneficio?
Tomar un libro y permitirnos sumergir nuestro pensamiento y atención en cada una de sus letras, palabras y frases logran componer textos maravillosos, no sólo en el ámbito de lo imaginario, sino también de lo real, resulta ser una experiencia inverosímil, llena de placer.
Mas dicha creación y disfrute de los libros, se ha visto opacado por aspectos completamente ajenos a los intereses intrínsecos de éstos, como lo son los costos o la influencia predominante de otros medios de comunicación, principalmente los masivos, como la televisión, la radio y en los últimos tiempos el internet.
Quedando en segundo plano la problemática que representa la analfabetización social; siendo superada por aspectos más que sociales culturales. Como lo son el poco interés, que se genera en los individuos, por la lectura, así también las dificultades que representa la adquisición de libros y no por encontrarse censurados, sino por aspectos mayormente económicos.
Pero, si se trata de responsabilizar a alguien, ¿quién o quienes serian los responsables de dichos problemas padres, maestros, gobernantes, sistema o nosotros mismos?
Si bien, es cierto que la falta de interés por la lectura y por la adquisición de libros empieza en el núcleo familiar, y en muchas ocasiones es reforzado por la poca inculcación de los profesores durante nuestra enseñanza básica; también es cierto que compartimos responsabilidad con ellos, desde el momento en que tomamos conciencia de dicha situación y no buscamos una solución que modifique nuestra actitud acostumbradas hacia estos.
Es por ello que es momento de responsabilizarnos de nuestros actos, no sólo frente a la lectura sino frente a otros tantos aspectos que si bien no son nuestra culpa si podemos tomar acciones para modificarlos.
Es momento de adquirir gusto por la lectura, de aprender a poner prioridades, dándole a los libros el justo valor que merecen, no solo como transmisores de conocimientos, historia, cultura, sino también como aquellos instrumentos que nos dan el honor de ser usados y de perpetuar en sus páginas la transcendencia de la humanidad en sus diferentes momentos.
Permitiendo así que, quien se crea merecedor del honor de la lectura, busque en ella un refugio y una identidad que va más allá del texto que se puede disfrutar.

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